22 de mayo de 2008

Los veo. Amarillo anaranjado, redonditos, relucientes entre las hojas. Me acerco a la valla y el aire se convierte en un agujero espacio-temporal cuando la salto. De repente tengo doce años. Me fabrico una falda con la camiseta y la cargo con los nísperos que voy hurtando del huerto del vecino, en una suerte de funambulismo me subo a los árboles para poder alcanzar las mejores frutas y las delgadas ramas se rinden a mi gula.
La fruta es de quien la caza y además esta gente viene poco: para el sábado se habrían madurado en exceso y caído del árbol -me convenzo de la conveniencia de mi delito-.
Regreso a traves del agujero espacio-temporal, y ya en casa, cada vez que me como uno de esos nísperos, vuelvo a tener la misma edad que cuando los cacé. Nadie sabe que he descubierto el elixir de la eterna juventud, y se sirve en cómodas dósis amarillo-anaranjadas.
En primavera soy indecentemente rica.

20 de mayo de 2008

Me despierto pensando en tí, igual que te he soñado durante horas. Me dejas sensaciónes raras de nostalgia de lo que aún no ha sucedido, de incertidumbre de lo que quizá nunca suceda, de pequeña esperanza porque, de alguna manera, estás en mi vientre quizá esperando el momento.

Pienso en voz alta que es innegable que tengo mucha menos paciencia que tu, y sigo recogiendo para tí las flores del año que viene.

19 de mayo de 2008

Antes creía en las cosas buenas a pies juntillas, sin necesitar demostración, con la seguridad aplastante que da la fé, por el mero hecho de sentirlas buenas. Pero eso se acabó.
No se exactamente cuando se acabó. Quizá por deformación profesional, porque he acabado liada en actividades bastante empíricas, o tal vez sencillamente porque la edad vuelve correosa a la gente, y también a mi.
A pesar de eso, es una suerte comprobar que las cosas que siempre he tenido como buenas de manera intuitiva, casi siempre resultan serlo también atendiendo a las evidencias palpables.
Por ejemplo los amigos. Grandes o pequeños, directos o colaterales, de toda la vida o conocidos de la cola del pan, que van dejando el rastro de los buenos ratos por toda la casa, como caracoles domingueros.

7 de mayo de 2008

Sigo pensando en osos polares.

Tú, yo, y uno de ellos estamos sentados en una duna de nieve mirando la aurora boreal.

Sin decir nada.

El mar se congela ante nuestros ojos. Por fín podemos echar a andar sin que el océano nos impida caminar hacia cualquier parte.