26 de septiembre de 2007

¡era eso!

...creo que ya lo se, estoy segura que lo que hace que últimamente sienta con tanta fuerza que me estoy convirtiendo en una persona mayor es el hecho de tener que solucionar los problemas de mi madre. Curiosa sensación.
Quizá mientras crecemos -y así aprendemos todas las cosas- la balanza cae claramente a favor de las experiencias gratificantes, ni que sea porque los buenos recuerdos casi siempre sobresalen de por entre los recuerdos desagradables.
La resignación y a la vez la resistencia a las experiencias desagradables es lo que me hace sentir el peso de miles de años sobre los hombros.

Siempre es bueno saber qué es lo que se padece.

25 de septiembre de 2007

A estas alturas del año un lunes soleado sin tener que trabajar es un auténtico regalo. Miro el paisaje mientras paso la mano insistentemente por las hojas de menta que aún resisten, como si se tratase de la cabeza de un perro, y entonces todo el universo huele así...

21 de septiembre de 2007

La cajera

Viernes mediodía, las dos menos nada. Consigo entrar en la sucursal por los pelos. Pido a la cajera del banco que me anule la tarjeta de crédito y justo cuando le estoy entregando el D.N.I. desvía su vista a mi izquierda con un gesto de sorpresa secuestrada de comedimiento y buenas formas de niña bien.
Un repartidor de treintaitantos con melena corta y look dejado-fashion no puede ocultar su sonrisa detrás del enorme vaso de vidrio transparente que sirve de recipiente a un todavía más enorme ramo de rosas rojas.
El repartidor dice su nombre y le entrega un sobre. Me siento víctima de un momento romántico a cuatro bandas. La cajera recoje el sobre bajando la cabeza, como si no pudiese soportar el peso de la timidez sobre sus hombros. No lo abre. Está a punto de abrirlo pero no lo abre y lo pone sobre la mesa mientras pide al repartidor que deje el ramo encima de una mesa libre que hay al lado y no encima del mostrador, interponiéndose entre ella y yo.
Durante un par de segundos ella se bloquea mientras ve marchar al repartidor que antes de salir por la puerta se gira y le dirige la última sonrisa. Vuelve a coger el sobre, pero cae en la cuenta de que en la otra mano tiene mi tarjeta y no sabe qué hacer. Le digo que por mí no se corte de abrir el sobre, que no tengo prisa, pero me responde que no hace falta, que ya sabe de qué se trata...

Por un momento pienso que es una pija fría e insulsa y que su cálida timidez asiática solo es impostura. Claro que, yo soy yo, y enseguida miro directamente su escote, imaginando que cuando acabe mi trámite irá al lavabo con el sobre y fantaseará con el fín de semana.

La imaginación es el mayor milagro.

19 de septiembre de 2007

Solo algo para contar entre tanta pereza

Últimamente todo indica que me estoy haciendo mayor.

Creo que el cambio radical consiste en que estoy desarrollando la capacidad de preocuparme por cosas importantes y me resbalan del todo las tonterías, y esto es exactamente todo lo contrario de lo que había sido siempre. Ahora no sumo las pequeñas catástrofes de cada día, lo que convertía a veces mi existencia en un cataclismo, sino que las intento abordar individualmente y no dejo que se contaminen y multipliquen las unas con las otras.
El caso es que no se si sufro menos o es que reparto mejor la parte de sufrimiento que me toca, y así, el perfil del transcurso de mis días, rachas y épocas no presenta un relieve tan escarpado como hace años. Ahora me envuelven las dunas.
Igual es el amor, recordar estúpidas tormentas autoinducidas, la certeza de que el mundo se ha vuelto loco, o quizá sí, igual resulta que me estoy haciendo tan mayor como los mayores.

En realidad no pasa nada, creo que todo esto que pasa -o no pasa- está bien y casi casi no puedo quejarme... lo que me inquieta es dudar de si a mí me gustaría alguien como yo.

Y lo dudo tranquila, mirando como el viento seduce las incautas hojas de estos árboles de ciudad.

4 de septiembre de 2007

Gafipastosa

Igual soy una frívola por utilizar los cambios de gafas para marcar puntos de referencia, pero es así. Igual es que concedo a esta prótesis externa la capacidad de sintetizar mi alucinante personalidad (tan dificil de observar solo mirándome al careto este que tengo, tan del montón).
El caso es que un trompazo que me pegué hace unos días (por leer subiendo escaleras) dió al traste con mis anteriores y revolucionarias gafas, y tras pasar el luto y asumir que no se pueden reparar, he decidido trasladar mi apasionante ego a estas otras de aquí arriba. Espero que se acomode rápidamente a ellas, o pronto empezará mi época de tia rara de gafas reparadas con cinta adhesiva.